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INTERNET6

 Vivimos en un mundo en el que la tecnología nos ha vuelto obsesos de la velocidad. Esperar un minuto a que se caliente la leche en el microondas es todo un suplicio, y si una página web tarda más de cinco segundos en cargarse, algo va mal.





Actualmente, nuestras vidas se cronometran según la cantidad de veces que miramos la pantalla del móvil. Creemos tener más amigos cuantos más grupos administremos en Whatsapp, y nuestra felicidad aumenta según el número de likes que obtenemos en las redes sociales. Wikipedia se ha adueñado de nuestro conocimiento, Facebook de nuestras amistades, Instagram de nuestra imagen, y Snapchat de nuestro tiempo.
Hubo un momento en la historia de la humanidad, antes incluso de la invención de los relojes, en el que los latidos del corazón marcaban el ritmo de nuestra existencia. Ahora, sin embargo, nuestras vidas avanzan según lo hace la tecnología. Esta nueva forma de vivir nos ha hecho impacientes, inquietos y ansiosos.

Hoy en día, en vez de plantar el árbol para después recoger sus frutos, tratamos de obtener los frutos sin haber plantado ni siquiera la semilla, lo que no nos permite realmente crecer como personas.
Aplicaciones como Tinder, Meetic o Happn, nos han metido en la cabeza que enamorarse es cuestión de un click, y que la mayor declaración de amor es un emoticono cursi. El problema es que los humanos nos empeñamos en ir buscando medias naranjas cuando en realidad lo que deberíamos buscar es un exprimidor, es decir, una persona que saque todo lo bueno que hay en nosotros. Y no solo eso, sino que además no cuele el zumo porque le gustamos tal y como somos. Sin embargo, encontrar este tipo de amor no es rápido ni fácil, y ahí radica el fallo en el sistema.

Nuestras relaciones personales se derrumban porque son tan frágiles como castillos de arena. Hemos cambiado las inocentes primeras citas donde "nunca pasaba nada", por los aquí te pillo aquí te mato de un “amor” que nace de la ignorancia de los que lo comparten. Como dice Fito, empezamos la casa por el tejado. Nos besamos antes de conocernos y nos acostamos antes de enamorarnos; y así no hay quien construya nada. Cada 14 de febrero celebramos el amor por todo lo alto, pero cada año que pasa, cada nueva invención tecnológica que aparece, hace que este vaya perdiendo cada vez más su sentido. Deberíamos re-aprender a darle tiempo al tiempo, porque esos momentos en los que “no pasaba nada”, lo que realmente pasaba era el amor. No importa cómo ni dónde conozcamos a la otra persona, lo que realmente importa es si preferimos intercambiar "jajas" o compartir carcajadas cara a cara. El amor no es cosa de cuentos, sino de tiempo; y en esta carrera no gana el que llega antes, sino el que aunque vaya despacio disfruta del camino.

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