Nadie habla de los besos que les damos a las fotografías cuando nadie nos mira. Ni de la forma en que cantamos nuestra canción favorita cuando tenemos los audífonos en un viaje junto a la ventana. Nadie dice nada, porque no es necesario. No hay palabras. Sólo están las sensaciones, porque en algún momento sucede y se da sin siquiera nuestro permiso. No es necesario que se escriban poemas. Sólo saber que somos nosotros mismos cuando, precisamente, nadie se percata, ni está para ver esa sonrisa estúpida que ponemos si esa persona nos envía un mensaje o si la vemos un día cualquiera, por pura casualidad. La vida, le dicen. Y es preciosa.
Pienso que debemos perseguir las ilusiones aunque sus alas las lleven más lejos de lo que nuestros pies son capaces de correr. Y que hemos de empeñarnos en no rendirnos, en embellecer la faena gris de los días escurridizos. Hemos de hallar belleza en la herida, no para que esta se haga más grande, sino para que el alivio llegue más rápido. He aprendido que en esta vida lo esencial es buscar ese fuego que nos ahuyente el invierno, las horas heladas y muertas de los sueños que merecen segundas oportunidades. Y entonces podremos vencer en la guerra, reconciliarnos con la muerte y hacer las paces. Podremos sonreír cuando la ausencia pese, ser felices incluso cuando la felicidad duela: agradecidos, porque somos capaces de sentir. Todavía.
Haces que el resto no importe. No importa quiénes ni cómo. Cuando estás, el resto desaparece. Es simple. Podría explicártelo mejor, pero sólo tengo esta sonrisa que nace cuando te descubro mirándote a escondidas en mi mente. Y tu nombre... tu nombre sigue siendo mi paradero preferido. Cuando paseo entre la gente las calles que no van hacia ti, me parece que están desorientadas. Es un laberinto este mundo en el que, por mucho que te eche de menos, no puedo encontrarte. Si alguien me habla del amor, yo le hablo de ti. Te conocen a través de lo que les cuento, y ni siquiera saben tu nombre. Ese me lo guardo para mí y mis ganas de acompañarte atesaoradas en mi mente y cuando me miro al espejo y siento que me hace falta la parte más bonita de mi sonrisa, esa misma que nace cuando estás y haces que todo el mundo, con sus calles perdidas y sus paraderos vacíos, simplemente deje de existir por completo.
No sabría decidir lo que siento, o lo que me haces sentir, si eres de esas hombres que hacen sentir de todo. Y debo admitirlo: a veces temo encontrarme contigo y no estar preparado para poder tenerte. Temo no ser suficientemente valioso para merecerte o de no tener las palabras adecuadas para dirigirme a ti. Si me miraras con atención quizá pudieras encontrarte con esa sonrisa rota que a veces menciona tu nombre entre susurros, entre ecos que se pierden en la penumbra en la que se ha convertido mi vida desde que supe que eres tan ajena como hermosa.
Pero yo también existo en tu vida, quizá como el personaje secundario de tu historia, pero soy real. Tal vez soy ese sujeto invisible que te observa en silencio con anhelo y nostalgia, pero aun con todo, si me mostraran otros paisajes, no dudaría en negarme a dejar esos ojos encantadores que tienes, aun si tengo que resignarme a callar para siempre, aun si tengo que limitarme a ver tu figura marcharse de mi vida como una promesa que nunca tuve el valor suficiente para cumplir.
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